lunes, 12 de noviembre de 2012

#8N: EL PLANETA DE LOS SIMIOS


Crónica #8N


—¡Vos sos gorila! —se escuchó una voz finita en el medio de Plaza de Mayo—. ¡Vos sos gorila! ¡Vos también sos gorila!

Dos personas con un celular estaban filmando un corto humorístico.

—Salgan de mi pasto gorilas —decía la misma voz finita—. ¡Gorilas no me pisen el césped!

La parodia “K” fue representada por un pingüino, tejido a mano, que recubría el dedo anular de la persona encargada en ponerle voz al personaje. Les gritaba a los marchantes que pasaban enfrente de él. El celular era la filmadora que utilizaban los dos jóvenes. 

—¡Dején de gritar gorilas, quiero ver la tele! 


Los colectivos ya no hacían su recorrido, se desviaban antes. No llegaban por la cantidad de personas que transitaban la 9 de Julio. El obelisco se observaba a lo lejos, pero a la gente no le importó. Caminaron desde dónde el transporte los dejaba. Primero lo hicieron por las afueras de la avenida y cuando tomaron confianza, cruzaron en diagonal y transitaron por los carriles centrales. 


Los primeros síntomas de la marcha se hicieron evidentes: un rubio de unos 25 años en ojotas y jean cortos sopló una corneta y levantó un papel blanco que decía: “Cristina, no te vayas con Chavez, andate conchuda”. 

Los últimos rayos de sol golpeaban las cabezas de los manifestantes. La temperatura era de unos 30º y pico, aunque fueran las 20:00 horas. Los camiones de los noticieros, arriba de las veredas, anticipaban la noticia. Antes de llegar al punto de reunión, los vendedores ambulantes ofrecían su mercancía: gaseosas, banderas argentinas, unos palitos que titilaban en diferentes colores (verde, rojo, azul y amarillo) y remeras negras con letras en verde del “#8N yo estuve presente” (una a $40, dos a $70 y tres a $100). 

El obelisco estaba cada vez más cerca y el griterío era ensordecedor. Unos pocos repartían banderitas de plástico de argentina, preguntando quién quería. Un fotógrafo profesional con una cámara “Nikon” fotografiaba a las personas que asistieron a la marcha. 

La sensación ambiental aumentaba. El pico blanco de fondo y el gentío recordaba el malestar de la convocatoria. “La mentira tiene patas cortas” se destacaba en un cartel blanco con la imagen tres pingüinos debajo. La marcha recién empezaba pero los pies ya estaban cansados. Era día laboral y la mayoría asistió al trabajo, como todos los días. 

Una señora mayor caminaba dificultosa con el bastón en una mano y una correa con un caniche blanco en la otra. Iba a paso lento y miraba dónde pisaba. Asustado por los fuegos artificiales, el perro se la hizo más difícil de lo que esperaba. Dio media vuelta y retornó a su casa mientras cantaba “si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”. 

La gente avanzaba aunque los semáforos estaban en rojo. Carteles de todo tipo se levantaban cerca del monumento de punta blanco, lugar de encuentro: “Salarios sin impuestos”, “Ni Cuba, Ni Venezuela, Argentina”, “Como mujer me das vergüenza”. Los flashes de los celulares se fusionaban con los cánticos anti-k: “se va acabar, se va acabar, la dictadura de los k”. 

Los pocos que no cantaban eran los encargados de notificar cada suceso de la ida. Parado sobre una mini columna de cemento despintada (esas que se utilizan para que los autos no suban a las veredas), un señor de estatura media tenía una mochila sobre su robusto estómago. Con una de las manos sostenía dos banderines de argentina y, con la otra, el celular con las que les sacaba fotos al panorama. 

35 minutos después de la hora pactada para reunirse, se escuchó el himno nacional argentino. Lo cantaron todos los que se encontraban alrededor del Obelisco. Monumento que tenía escrito con un efecto de luces “Democracia SI, Re Re NO”. Aplausos y más aplausos desencadenaron al himno. Pero no terminó allí, esto recién empezaba. 


“La reelección, la reelección se va a la puta que lo parió”, sacudía los oídos de las personas y acompañó a un cartel bastante deteriorado que decía: “venimos porque tenemos legítimo derecho a manifestarnos, somos pueblo y somos soberanos!! Gente común que vive del trabajo!! Exigimos libertad que se respete nuestra constitución”. En un agujero, del medio de esta pancarta, dos manos morenas sostenían una cuchara de madera que golpeaba contra una cacerola. 

—La última vez que usé la cacerola fue en el 2001 —dijo el dueño de las manos. 






Con rumbo fijo: 

La multitud empezó a moverse luego de que tres mujeres gritaran por entre las personas: —A plaza de mayo. Eran las 20:45 y el Obelisco se empezó a quedar sólo. 

Por diagonal norte, avenida Saenz Peña, empezó el peregrinaje hacia la Plaza de Mayo. La masa avanzaba a paso corto pero sin empujarse. Los espacios no abundaban, pero los codos no se chocaban entre sí. Nadie se llevó puesto a nadie. El frente lo marcaban unos globos en el aire con los colores celeste y blanco. 

Los primeros puestos de comida se hicieron presentes, y el humo de las parrillas se mezcló con el olor a los perfumes caros. Hamburguesas y choripanes a $15 se vendían con rapidez, ya que las personas avanzaban mientras los consumidores atoraban el paso. 

El ruido del choque de botella de cervezas “Corona”, mezclados con los cánticos hicieron que una rubia, muy bonita, se tapara los oídos con los pulgares mientras caminaba. Esa fue una constante, hermosas mujeres asistieron a la jornada. Tez bronceadas, tacos, carteras de cuero, chupines, ojotas con plataforma, remeras que dejaban ver sus ombligos con pircings, polleras de jean, piernas sin celulitis, pelos teñidos, dentaduras blancas y perfectas, cortes de pelo modernos, camisas apretadas que contoneaban sus figuras, anillos brillantes, grandes aros, zapatillas de marca extranjera y celulares de alta gama. 

No faltaron los que se colgaban de los andamios de construcción y les chiflaban. Como eran pocos, el ruido se perdió entre las canciones de protesta que gritaban cuando veían una cámara de televisión trasmitiendo en vivo: “para cristina que lo mira por tv”. 

Pero las cámaras apuntaban a los carteles de las personas que tuvieron inventiva y se separaron del resto: “El país se hunde” enfatizaba sobre un flota-flota amarillo una señora gorda de vestido floreado y “No le temo a la Kristonita” sostenía un viejo de barba blanca. 

Mientras dos nenes chiquitos agitaban banderines y saltaban por la calle, la madre los agarró de la mano y los paró. Un colectivo casi vacío pasó tocando bocina incesantemente por entre la marcha. Unos policías le abrieron paso entre la muchedumbre y vieron, en la ventanilla del colectivo, a una señora transpirada y con el pelo atado, que le bajaba el pulgar a las personas de afuera. 


Plaza de reproches: 

Por segunda vez en la noche, se escuchó el himno al entrar en la Plaza de Mayo. El reloj marcaba 21:15 cuando llegaron a la plaza y se desató la furia. Griterío e insultos a través de un megáfono incitaron al público a sumarse al odio. La plaza se hizo chica y desbordaba de rencor. El tumulto se perfiló enfrente de la municipalidad de la ciudad, hasta que apareció la bandera y todos fueron contra la Casa Rosada. 

Carteles de “Lanata es pueblo” y sanguches de salame a $12 (con gaseosa) adornaban el lugar. Los mosquitos que salían del pasto fueron actores principales en la desdicha de los manifestantes. Nadie vendía repelente, se perdieron un negoción. 

Al lado de una parrilla tapada por camiones de canales de televisión, un señor grande, de estatura media y gorro de paja se secó el bigote canoso que estaba todo transpirado. Cantaba pero ya no tenía voz. El calor del asador le llegó al cuerpo e hizo que la camisa se le pegara a la espalda. La sensación térmica lo obligó a abrirse la camisa hasta el ombligo, de donde sobresalía un silbato en el cuello. 

—Gracias por traer a los Beatles a la marcha —le dijo a un joven periodista con la remera de los de Liverpool, mientras observaba la libreta que tenía en las manos. 

Otra vez sonó el himno nacional argentino, ya pasadas las 21:30. Cuando terminaron de cantarlo, repitieron tres veces “Argentina” alzando el puño al aire. Pero no fue lo único: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” colmó los oídos de un vendedor de algodones de azúcar que pasaba en bicicleta. Paró, para no caerse, y levantó unos de los tantos panfletos en los que las consignas eran claras: “Estamos cansado de: Inseguridad (queremos un país sin miedo), Re re elección (queremos un país con una democracia pluralista y libertad de expresión), Korrupación (queremos un país más transparente sin chorros en el poder, con justicia independiente) e Inflación (queremos un país sin pobreza. No se come con 6 pe)”. 

Siendo casi las 10 de la noche, una enorme bandera argentina se desplegó e inició una vuelta por toda Plaza de Mayo. Cientos de personas se ubicaron debajo del trapo celeste y blanco para hacerla avanzar. Hicieron hincapié en la Casa Rosada, donde una señora gorda y narigona golpeó el alambrado que los separaba de la edificación con una cuchara de madera. 

La bandera dio toda la vuelta y se dirigió, otra vez, al obelisco. 


Vuelta Obligada: 

“Yo te vote y tengo la sensación de que me equivoqué”, decía una pancarta sostenida por dos personas que sobresalían entre los que decidieron volver a la 9 de Julio. Él con las medias hasta los gemelos, de bermudas y camiseta blanca. Ella de babuchas negras, cartera de cuero que le corta el pecho y zapatillas Nike. Caminaron despacio tratando de saltear a la multitud que los acompañó en la vuelta. 

A medida que la marcha volvía al lugar de inicio, muchos se quedaron en los restaurantes aledaños sobre la avenida Saenz Peña. En la plaza, a lo lejos, se observaba un trencito de la alegría que llenaba los espacios de los que a las 22:15 desaparecieron. 

La vuelta fue distinta. Los cánticos eran pocos y los carteles no abundaban. Un joven, de unos 20 años, sostuvo en el aire un Ipad con una aplicación en la que una cuchara golpeaba una cacerola cuando tocaba la pantalla. Las manos alzadas ya no eran cosa común, y los kioskos se llenaron de personas que necesitaban hidratarse. Los tachos de basura desbordaban de botellitas, tanto adentro del mismo como en el piso y alrededores. 

Los flashes de las cámaras iluminaron la penumbra de la noche. El calor agobiante empezó a mermar y la gente estaba lista para irse. El Mc Donald´s enfrente del Obelisco se llenó de personas y se vendieron más hamburguesas que en los puestos de la calle. La gran bandera siguió camino al Bajo Flores donde no tuvo mucha convocatoria. 

Los colectivos retomaron, de a poco, su trayecto por la avenida principal y levantaron a las personas que se acercaron hasta el “#8N” a protestar. 



***Epígrafes:
-Camino a 9 de Julio

-9 de Julio en pleno apogeo

-La bandera que se desplegó en Plaza de Mayo

sábado, 10 de noviembre de 2012

COLUMNA RADIO ESTACIÓN SUR 91.7

Eeeeeeste martes vimos como la música tiene una concepción ancestral sensacional!


Repasamos los clásicos del Rock And Roll con la ayuda de los únicos tres personajes que están vivos desde los inicios del género: Chuck Berry, Litle Richard y Jerry Lee Lewis.

Los temas que te levantaron la mañana fueron:

El dios rockero de la guitarra

El negro con onda

El "killer" del piano

Todos los martes a eso de las 10:30am (o un poco más) disfrutas otra columna de clásicos internacionales por Clase Turista! 



¿PORQUÉ EN LA PAYANCA?


La masacre de “La Payanca”
LA ESTANCIA DE LAS MOSCAS
En una de las masacres más grande en la historia criminal y penal de la argentina, seis muertos y ningún culpable; 20 años y ninguna resolución.

—Yo estaba segura de que algo muy grave había pasado, porque las otras noches, un gallo canto tres veces; y eso, como todo el mundo sabe, es un aviso de que algo siniestro está por ocurrir —cuenta una anciana pobladora rural de General Villegas.

En el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires, a 465 kilómetros de Capital Federal, se encuentra el pueblo de General Villegas. Es una urbe pequeña; nada de arquitectura rebuscada, nada de lujo ni suntuosidad. Limita al Norte con las Provincias de Córdoba y Santa Fé, al sur con los partidos de Rivadavia y Carlos Tejedor, al Este con los Partidos de Florentino Ameghino y Carlos Tejedor y al Oeste con las provincias de Córdoba y La Pampa. El centro de la ciudad está densamente edificado. Hay mucho tráfico, multitud de gente, bullicio; la vida se hace en la calle. 


El partido de General Villegas está conformado por la ciudad cabecera homónimo y once localidades: Banderaló, Emilio V. Bunge, Cañada Seca, Coronel Charlone, Massey (Estación Elordi), Pichincha, Piedritas, Santa Eleodora, Santa Regina, Villa Saboya y Villa Sauze. La calle no es sino, mera calzada. Hay pocas aceras y los coches se entremezclan con la multitud rural. Todo avanza junto: peatones, automóviles, bicicletas, tractores; y también vacas y cabras. 


La Payanca: 

En la localidad de Elordi, en el partido bonaerense de General Villegas, a pocos kilómetros del casco urbano del pueblo, María Esther Etcheritegui de Gianoglio heredó “La Payanca”. Se crió desde muy chica con Arsénico Ochotego (padre adoptivo), un conocido estanciero que la llevó a vivir con él: la protegió, la cuidó y se desveló por ella hasta el día de su fallecimiento; no sin dejarle antes una sucesión. Siendo un poco más que una adolescente, obtuvo un campo ganadero de 700 hectáreas. 

Se casó, a los 21 años, con Alberto Gianoglio y tuvieron dos hijos: Claudia, la mayor, y José Luis. Vivían felices en la estancia hasta que Alberto comenzó a cortejar a la mujer de Horacio Ortíz, uno de los peones de La Payanca. 

—Mire patrón, me he enterado que usted le anda arrastrando el ala a mi señora. Y si no la deja tranquila me va a obligar a hacer algo que no quiero —advirtió el hombre de campo al padre de familia. 

Una tarde de 1985, Ortiz esperó al patrón en la tranquera y le disparó cinco veces; murió en el acto. Por este crimen, le dieron ocho años de prisión. Cumplió cuatro años en el penal de Junín y cuando salió en libertad condicional, nunca más se supo de él en el pueblo. 

Dos años después de la tragedia, Raúl Forte, un colono oriundo de Daireaux (Pcia. Buenos Aires) y padre de ocho hijos, se separó de su familia y formó pareja con la viuda María Esther. 

Muchos años después, el terror volvería a pisar “La Payanca” en una de las masacres más grande en la historia criminal y penal de la Argentina. Pero a diferencia del crimen de Gianoglio, la última encrucijada atraería a cientos de policías y decenas de periodistas de todo el país.


A sangre fría: 

En el establecimiento de 700 hectáreas, el sábado 9 de mayo de 1992, se encontraron seis cuerpos sin vida diseminados por todo el campo. Los cadáveres estaban en avanzado estado de putrefacción, por lo que la masacre pudo ocurrir entre el 1 y 2 de mayo. 

La policía fue alertada por un vecino que se acercó hasta la comisaría: Alberto Zunino. Éste vio como los animales se encontraban dispersos y sin rumbo fijo por todo el campo. En la estancia nadie hacía nada, eso lo inquietó. Cuando los uniformados se presentaron en la casona, nadie respondió. Un olor nauseabundo impregnaba el lugar. Allí no se podía respirar. 

Con la punta del borceguí, la policía empujó la puerta entornada de la cocina. Unos moscardones repugnantes revoleteaban por todo la casa, pero sobre todo por el cuerpo sin vida de María Esther Etcheritegui. Las moscas se encontraban en medio de un festín. Se apoderaron del lugar en el instante en que los asesinos se dieron a la fuga. 

A la vista de todos se veía que llevaba varios días muerta. La dueña de “La Payanca” estaba en el comedor y conservaba en sus manos los anillos de oro. Le pegaron dos balazos: el primero impactó en las costillas, y el segundo en la cabeza. Al caer, arrastró con ella la mesa de la televisión. 

Cuando encendieron la luz, descubrieron, no muy lejos de su madre, a José Luis Gianoglio. Estaba descalzo, con medias, jean y camisa a cuadrille de mangas largas. Lo habían golpeado duramente en la cara y en la cabeza, con una barra de hierro o una cachiporra. Además, tenía dos disparos: uno le perforó el cráneo y el otro le dio en una axila. A su lado, su billetera vacía. 

No eran los únicos. 

La patrulla, junto a dos vecinos, fue a revisar el galpón. Detrás de un catre, yacía Francisco Luna: un linyera que dormía en el lugar. Estaba golpeado y una bala le reventó el paladar, desfigurándole la cara. En el mismo cobertizo, hallaron dos gatos muertos a golpes (los asesinos colocaron uno junto a otro con las colas cruzadas formando una equis). 

El cuarto cuerpo lo localizaron en la tranquera. Raúl Forte no tenía ningún hueso de la cabeza sana: le dieron 10 garrotazos. Pero también, le facilitaron dos tiros en los costados. El cuerpo sin vida se encontraba con un jogging azul bajo hasta las rodillas y un buzo que le tapaba la cabeza; lo arrastraron y en esa acción se le bajaron los pantalones. 

Cerca del marido de la dueña, otro muerto: Javier gallo. Al empleado de la estancia una detonación le atravesó el antebrazo derecho y le dio en el ojo cuando intentó protegerse. El tiro de gracia le pegó en la cabeza. A su lado, una barra de hierro de 90 centímetros de largo, seis de diámetro y de unos 10 kilos de peso. 

El último, a 250 metros de los cadáveres de Forte y Gallo, dentro del maizal, estaba Hugo Omar Reid. A este otro empleado lo mataron de dos tiros en la cabeza. A un costado, un bolso con sus cosas en alusión a una posible huída. 

¿Quién fue? Parece ser la pregunta del millón. El múltiple asesinato tuvo cuatro detenidos (José Alberto “Ruso Kuhn, Carlos “Manito” Fernández, Jorge “Satanas” Vera y Julio “El Loco” Yalet) pero ninguno de ellos fue encontrado culpable. Por falta de pruebas, todos fueron liberados. 

Nunca nadie supo quienes fueron los encargados de proveerle la comida a las moscas. 



***Epígrafes de las fotografías:
-Estación de trenes Elordi 

-Dos policías saltando las rejas de “La Payanca”

-Catre en el que se encontró el cuerpo del linyera