sábado, 10 de noviembre de 2012

¿PORQUÉ EN LA PAYANCA?


La masacre de “La Payanca”
LA ESTANCIA DE LAS MOSCAS
En una de las masacres más grande en la historia criminal y penal de la argentina, seis muertos y ningún culpable; 20 años y ninguna resolución.

—Yo estaba segura de que algo muy grave había pasado, porque las otras noches, un gallo canto tres veces; y eso, como todo el mundo sabe, es un aviso de que algo siniestro está por ocurrir —cuenta una anciana pobladora rural de General Villegas.

En el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires, a 465 kilómetros de Capital Federal, se encuentra el pueblo de General Villegas. Es una urbe pequeña; nada de arquitectura rebuscada, nada de lujo ni suntuosidad. Limita al Norte con las Provincias de Córdoba y Santa Fé, al sur con los partidos de Rivadavia y Carlos Tejedor, al Este con los Partidos de Florentino Ameghino y Carlos Tejedor y al Oeste con las provincias de Córdoba y La Pampa. El centro de la ciudad está densamente edificado. Hay mucho tráfico, multitud de gente, bullicio; la vida se hace en la calle. 


El partido de General Villegas está conformado por la ciudad cabecera homónimo y once localidades: Banderaló, Emilio V. Bunge, Cañada Seca, Coronel Charlone, Massey (Estación Elordi), Pichincha, Piedritas, Santa Eleodora, Santa Regina, Villa Saboya y Villa Sauze. La calle no es sino, mera calzada. Hay pocas aceras y los coches se entremezclan con la multitud rural. Todo avanza junto: peatones, automóviles, bicicletas, tractores; y también vacas y cabras. 


La Payanca: 

En la localidad de Elordi, en el partido bonaerense de General Villegas, a pocos kilómetros del casco urbano del pueblo, María Esther Etcheritegui de Gianoglio heredó “La Payanca”. Se crió desde muy chica con Arsénico Ochotego (padre adoptivo), un conocido estanciero que la llevó a vivir con él: la protegió, la cuidó y se desveló por ella hasta el día de su fallecimiento; no sin dejarle antes una sucesión. Siendo un poco más que una adolescente, obtuvo un campo ganadero de 700 hectáreas. 

Se casó, a los 21 años, con Alberto Gianoglio y tuvieron dos hijos: Claudia, la mayor, y José Luis. Vivían felices en la estancia hasta que Alberto comenzó a cortejar a la mujer de Horacio Ortíz, uno de los peones de La Payanca. 

—Mire patrón, me he enterado que usted le anda arrastrando el ala a mi señora. Y si no la deja tranquila me va a obligar a hacer algo que no quiero —advirtió el hombre de campo al padre de familia. 

Una tarde de 1985, Ortiz esperó al patrón en la tranquera y le disparó cinco veces; murió en el acto. Por este crimen, le dieron ocho años de prisión. Cumplió cuatro años en el penal de Junín y cuando salió en libertad condicional, nunca más se supo de él en el pueblo. 

Dos años después de la tragedia, Raúl Forte, un colono oriundo de Daireaux (Pcia. Buenos Aires) y padre de ocho hijos, se separó de su familia y formó pareja con la viuda María Esther. 

Muchos años después, el terror volvería a pisar “La Payanca” en una de las masacres más grande en la historia criminal y penal de la Argentina. Pero a diferencia del crimen de Gianoglio, la última encrucijada atraería a cientos de policías y decenas de periodistas de todo el país.


A sangre fría: 

En el establecimiento de 700 hectáreas, el sábado 9 de mayo de 1992, se encontraron seis cuerpos sin vida diseminados por todo el campo. Los cadáveres estaban en avanzado estado de putrefacción, por lo que la masacre pudo ocurrir entre el 1 y 2 de mayo. 

La policía fue alertada por un vecino que se acercó hasta la comisaría: Alberto Zunino. Éste vio como los animales se encontraban dispersos y sin rumbo fijo por todo el campo. En la estancia nadie hacía nada, eso lo inquietó. Cuando los uniformados se presentaron en la casona, nadie respondió. Un olor nauseabundo impregnaba el lugar. Allí no se podía respirar. 

Con la punta del borceguí, la policía empujó la puerta entornada de la cocina. Unos moscardones repugnantes revoleteaban por todo la casa, pero sobre todo por el cuerpo sin vida de María Esther Etcheritegui. Las moscas se encontraban en medio de un festín. Se apoderaron del lugar en el instante en que los asesinos se dieron a la fuga. 

A la vista de todos se veía que llevaba varios días muerta. La dueña de “La Payanca” estaba en el comedor y conservaba en sus manos los anillos de oro. Le pegaron dos balazos: el primero impactó en las costillas, y el segundo en la cabeza. Al caer, arrastró con ella la mesa de la televisión. 

Cuando encendieron la luz, descubrieron, no muy lejos de su madre, a José Luis Gianoglio. Estaba descalzo, con medias, jean y camisa a cuadrille de mangas largas. Lo habían golpeado duramente en la cara y en la cabeza, con una barra de hierro o una cachiporra. Además, tenía dos disparos: uno le perforó el cráneo y el otro le dio en una axila. A su lado, su billetera vacía. 

No eran los únicos. 

La patrulla, junto a dos vecinos, fue a revisar el galpón. Detrás de un catre, yacía Francisco Luna: un linyera que dormía en el lugar. Estaba golpeado y una bala le reventó el paladar, desfigurándole la cara. En el mismo cobertizo, hallaron dos gatos muertos a golpes (los asesinos colocaron uno junto a otro con las colas cruzadas formando una equis). 

El cuarto cuerpo lo localizaron en la tranquera. Raúl Forte no tenía ningún hueso de la cabeza sana: le dieron 10 garrotazos. Pero también, le facilitaron dos tiros en los costados. El cuerpo sin vida se encontraba con un jogging azul bajo hasta las rodillas y un buzo que le tapaba la cabeza; lo arrastraron y en esa acción se le bajaron los pantalones. 

Cerca del marido de la dueña, otro muerto: Javier gallo. Al empleado de la estancia una detonación le atravesó el antebrazo derecho y le dio en el ojo cuando intentó protegerse. El tiro de gracia le pegó en la cabeza. A su lado, una barra de hierro de 90 centímetros de largo, seis de diámetro y de unos 10 kilos de peso. 

El último, a 250 metros de los cadáveres de Forte y Gallo, dentro del maizal, estaba Hugo Omar Reid. A este otro empleado lo mataron de dos tiros en la cabeza. A un costado, un bolso con sus cosas en alusión a una posible huída. 

¿Quién fue? Parece ser la pregunta del millón. El múltiple asesinato tuvo cuatro detenidos (José Alberto “Ruso Kuhn, Carlos “Manito” Fernández, Jorge “Satanas” Vera y Julio “El Loco” Yalet) pero ninguno de ellos fue encontrado culpable. Por falta de pruebas, todos fueron liberados. 

Nunca nadie supo quienes fueron los encargados de proveerle la comida a las moscas. 



***Epígrafes de las fotografías:
-Estación de trenes Elordi 

-Dos policías saltando las rejas de “La Payanca”

-Catre en el que se encontró el cuerpo del linyera

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