LAS DOS CARAS DE LA MONEDA
De
Poe a Chesterton, pasando por Doyle y devenido en lo negro, la historia de la que
fue la novela predilecta para los detectives.
Para
hablar, como punto de partida, de la novela policial es condición sine qua non
pararnos en la historia del delito. Haciendo un destacado, la única forma de
empezar a hablar de lo policial es con la aparición de la misma. Antes de eso,
nada puede ser tomado en cuenta; sí como aproximaciones pero no como ejemplos
puros. La explicación es simple, rara vez se puede escribir sobre lo que no
existe.
Es
con la manifestación de un nuevo delito a causa de los cambios sociales en una
época en que, a raíz de la industrialización y la urbanización del proletariado,
era necesario el primer cuerpo de policía en 1829. La Scotland Shark estableció,
a partir del delito, las investigaciones sobre los hechos que desembocarán en
la trama principal en donde la novela policial basa los cimientos.
La
pérdida definitiva del poder en mano de la nobleza y el dejo de los elementos
asociados a la misma lograron cerrar una etapa de la historia y comenzar otra.
Al quitar el centro de foco en la divinidad y colocar al hombre con su
razonamiento como solucionador de los problemas (base del positivismo) recae el
pensamiento de que, si aplicamos el razonamiento y la lógica, hasta el crimen
más oscuro tiene solución.
Si
los crímenes inexplicables eran producidos por el demonio, después se analiza
quién pudo haberlos cometidos y porqué. Hacía 1837, Edgar Allan Poe publicó el
primer relato policial de la historia de la literatura: “Los crímenes de la calle Morgue”. Además de dar origen a la
literatura policial, sentó los principios y reglas de la misma. El fundamento
sobre el que se asentó el género era el enigma que sólo era posible desentrañar
si se utilizaban los indicios o pistas que aparecían en la narración. “La
novela o narración policíaca es, ante todo y siempre, una novela o narración problema. Existe el hecho – el “caso”-
sin solucionar; luego se trata de resolver el problema y después, se convierte
en una especie de reflejo o testigo de la problemática de grupos humanos
concretos. Cuando se da sin manejos ideológicos, el texto adquiere esa
universalidad exigible a toda obra de arte”[1]. ¿Quién lo hizo? Y ¿Cómo
lo hizo? Son las premisas básicas.
Párrafo
aparte merece el primer detective de la literatura universal: Auguste Dupin.
Como protagonista de tres relatos: "El asesinato de la calle Morgue",
"El asunto de María Roget"
y "La carta robada",
estableció el arquetipo del investigador privado. “Tiene un intelecto
superior cuya capacidad de observación y deducción le permiten descifrar
enigmas insolubles para el común de las personas. La principal arma del
personaje es su mente analítica a la cual añade una poderosa imaginación y una
amplia cultura; se trata, en suma, de una inteligencia cultivada”[2]. Lo más destacable, es que
ni el mismo Poe haya sabido que con su personaje sentó la figura del detective
aficionado o amateur, lo que se perfeccionaría en Londres unos años después.
Escuela Inglesa
A diferencia del
“Dupin” de Poe, la aparición del género en Inglaterra no va a ser un mero
instrumento razonador e inmóvil, sino un individuo con características propias
y que participa de la acción. El fundador y propulsor de esta nueva forma de
ver la literatura policíaca nacería en Escocia, de la mano de un médico: Arthur
Conan Doyle.
Es la creación de
Sherlock Holmes, publicado en 1887, el detective deductivo más grande de la
historia de la novela policial. Holmes es el primer investigador científico y
profesional de la literatura universal y es con quién se consolida en verdad el
género. “Caballero victoriano hasta la médula, inteligente hasta la repelencia,
conocedor hasta el hartazgo de todas las ciencias humanas, solitario, misógino,
drogadicto y sensible”[3] es el nuevo héroe policial
que transformó al género.
La fórmula que
utilizó el autor no es un secreto: El visitante expone el caso a Holmes. El
nudo del caso es la investigación, que a veces, el desenlace llega sin
necesidad de salir del gabinete de Baker Sreet (casa que comparte con Watson).
Otras veces sale a la calle, se persona en el lugar del hecho y entra en
acción. Y llega el desenlace, casi siempre inesperado para Watson, y siempre
inesperado para el lector. Holmes explica al deslumbrado Watson (narrador del
texto) como ha realizado el proceso de deducción. Es en esa deducción final que
el lector toma conocimiento de todo el proceso de investigación y ata los cabos
sueltos. El que lee sabe, de antemano, que el detective va a ganar, lo que no
sabe es cómo. La lógica de descifrar los enigmas depende de la información, y
Holmes tiene toda la información.
Con este armado
literario, alcanza su cima y casi que por consiguiente, su final. A partir del
éxito conseguido por Doyle, muchos quisieron imitarlo pero en ese intento
fracasaron. Se rescata, entre todos esas desilusiones, a Gilbert K. Chesterton.
La creación de otro formidable detective: el padre Brown. Tenía pues la
capacidad de resolver crímenes confusos pero también la capacidad de salvar las
almas de los delincuentes. Fue el último punto de vista de la novela policial
que la trama misma se basa en la resolución del enigma. Pero la producción
estereotipada de este género logró colocarlo casi al borde de la extinción.
Escuela norteamericana:
En
la policial clásica se separa el crimen de su motivación social; el detective nunca
se preguntó por qué, sino cómo se comete un crimen. Cuando el género volvió a
los Estados Unidos (empezó con Poe) en plena década del 20, tuvo un cambio
radical. “Fue una década caracterizada por la “ley seca”, la corrupción, la
mafia, el tráfico de influencias y la especulación financiera, mezcladas con
Hollywood, la bolsa, Ford, los sindicatos, el intervencionismo y una mentalidad
despreocupada y creyente del milagro capitalista”[4]. En medio de todo esto,
surge la “novela negra”.
En
el nueva enfoque se muestra que en ese mundo corrompido todas “las personas que
intentan ser honestas terminan pareciendo sentimental o simplemente tonta”,
explica Chandler, uno de los fundadores del género. Ya no importa quién y cómo
lo hizo sino que importan las causas que llevaron a cometer esa fechoría. El
misterio parece ser lo bastante obvio, pero no es lo más significativo.
Los crímenes ya no
se dan en ambientes estilistas, por el contrario, al estar bajo “la gran
depresión”, los autores recalaran en el contexto y en la determinación de las
relaciones sociales. Y como cambia el punto de vista del crimen, también lo
hace el encargado en poner en jaque al sistema. El rol que ocupa el detective
da un vuelco de 360º y “ese hombre que en el relato representa a la ley sólo
está motivado por el dinero: el investigador es un profesional, alguien que
hace su trabajo y recibe su sueldo”[5]. Este nuevo sujeto convive
en un ámbito corrompido donde la sociedad se rinde ante esa jungla.
La novela negra va a
plasmar la otra violencia; esa que nunca va a figurar en las crónicas de los
diarios pero que está en el ambiente. La que es anónima pero no delirio, la que
aparece en la sección económica y que maneja, a su antojo, todo a su alrededor.
No se pueden entender las novelas de esa época sin entender el contexto en que
estaban sumergidos los escritores. La toma de conciencia social parece formar
parte de los literatos norteamericanos.
Ahora el detective
es testigo de la degradación del hombre y su mundo, pero a su vez, es la única
visión de la existencia de un mundo mejor. Encarnando a la verdadera justicia,
representa a la verdad y es el que debe hacer algo. Pero a diferencia del
género policial clásico, el personaje principal no es un héroe; por el
contrario es un solitario perdedor. La violencia es útil para éste y las armas
su aliado a la hora de obtener información. Una vez que ha comenzado, la
búsqueda tiene resultados inesperadamente violentos.
En una época tan
problemática, la forma de escribir tuvo que cambiar. Esta transformación se dio
de la mano de los fundadores de la novela negra: Chandler y Hammet. El Estilo
utilizado es el de un relato lineal, frío y carente de toda emotividad,
diálogos cortos y punzantes, de acción rápida, lenguaje popular y ordinario con
una violencia impregnada. Ambos autores son el inicio y fin del género.
Impusieron una nueva modalidad narrativa, más acorde al momento.
La revista “Black Mask” fue la pulp magazine
(revistas en donde los relatos eran más importantes que la calidad del papel en
que se imprimían) más importante de su época. Fue la encomendada de publicar
dichos relatos y era la encargada de aportar nuevas narraciones de tipo
policial. Joseph T. Shaw (editor desde 1926 a 1936) impulsó a alejar el crimen
de las clases superiores, la casa de campo y el jardín de rosas del vicario,
para devolvérselo a las personas que realmente estaban dotadas para él. Los
escritores de Black Mask constituían
un grupo selecto de los que se destacaron Hammet y Chandler.
Los detectives de
ambos son diferentes al común: Mientras que los de Hammet son rudos y no le
molesta usar la violencia para conseguir lo que quiere, los de Chandler son
honrados caballeros que están en estado permanente de rebeldía frente a la
sociedad corrupta.
Como pasó con la
novela policial, el final llegó. De la mano de “El largo adiós” de Chandler en 1953, los que siguieron esta
tradición, en el fondo, no hicieron más que repetir las fórmulas establecidas
por los clásicos. Una pelea del escritor con uno de los últimos editores y “los
libros de tiras cómicas contribuyeron a acabar con la era de las pulp magazine; las desbancaron de la
misma forma en que éstas habían desbancado a las novelas de bolsillo el último
siglo”[6].
Su continuación
lógica parece ser la novela de espionaje pero esa, ya es otra historia.
[1]
Martínez García, Francisco: Profesor Titular de Crítica literaria de la
Universidad de León, Introducción “el
sabueso de los Baskerville”, La Coruña, Editorial Evergráficas, Ediciones
Gaviota, 1990.
[2]
Castañeda, Jaime: “Sobre la novela policíaca”, Breve historia, 1988.
[3]
Malharro, Martín: Profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social
(UNLP) y de la Universidad San Juan Bosco (Comodoro Rivadavia), “De la novela de enigma a la novela negra”,
apunte sobre la novela policial.
[4]
Malharro, Martín: “De la novela de enigma
a la novela negra”, apunte sobre la novela policial.
[5] Piglia,
Ricardo: “Lo negro del policial”.
[6] Ruhm, Herbet: “Black Mask”, Introducción.
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