sábado, 20 de octubre de 2012

UN METRO Y MEDIO DE MALDAD


Asesinos múltiples
LE ENTRA POR UNA OREJA Y LE SALE POR LA OTRA
Cayetano Santos Godines, más conocido como el petiso orejudo, desde la infancia fue un hombre con instinto asesino que pasó a la historia criminal argentina.


“Esta es la historia 
de un asesino porteño.

Tenía 19 años y parecía 10 
Lo llamaban el petiso orejudo 
Creía que hacía el bien, 
mataba a los niños sin mirar a quién.

Pobre petiso orejudo... 
quiso crecer y no pudo 
Pobre petiso orejudo... 
¡quiso crecer y no pudo!” 

Patricio Rey y sus redonditos de ricota 

En 1904, a los siete años, empezó con su primera travesura. Tomó de la mano a un niño de 21 meses y lo llevó a un baldío en la calle Estados Unidos, allí lo golpeó y lo arrojó sobre espinas. El vigilante de la esquina se llevó al agresor a la comisaría y salvó al pequeño Miguel de Paoli. Cuando el padre lo fue a buscar todo quedó como “una pelea de chicos”. 

Cayetano Santos Godino concurrió a varias escuelas entre los cinco y diez años, pero fue expulsado de todas. Casi nunca asistió al colegio y se pasó vagando por las calles. No supo leer ni escribir, tan solo su firma y conoció los números hasta 100. Poseyó una suma de conocimientos muy generales y sus estados de conciencia contuvieron normalmente, todos los elementos menos uno, fundamental que le desequilibra, el afectivo, que es algo así como el timón de la conducta. 

Escuálido, cabezón y medio tonto, le crecieron unos brazos desmesurados con los que se podía subir los calcetines sin doblar la espalda. Su par de grandes orejas de murciélago hicieron que los paisanos del Parque Patricios lo llamasen “El Petiso Orejudo”.

El juez de instrucción, encargado de los asesinatos del petiso orejudo, el doctor Oro, le dijo al diario “La Prensa” en su edición del sábado siete de diciembre de 1912: “Su descaro, su manera de expresarse durante los interrogatorios que se le formulan, su afán de relatar hazañas, casi inverosímiles, si se considera su edad, revelan claramente que ese adefesio humano está envalentonado por la glorificación de sus propios crímenes”.


En 1906 sería el año del primer asesinato. María Rosa Face, de dos años de edad, fue estrangulada y enterrada viva en una zanja que cubrió con latas. Aunque, pasó desapercibido y solamente fue descubierto años después cuando él mismo lo confesó ante la policía.

A los diez años torturó gallinas, con once acuchilló a un caballo y a los doce prendió fuego una bodega de la calle Corrientes, la del tango de Gardel. Su padre no lo quiso tener consigo, así que lo encerraron durante tres años en la colonia de menores de Marcos Paz, a cincuenta kilómetros de Buenos Aires.
Cuando salió del reformatorio en 1912, vivió con sus padres en la calle General Urquiza 1970 en el barrio de Parque Patricios. Ese fue su peor año.



Orejas asesinas:

Atrajo a los chicos menores que él, ofreciéndose a jugar, o con golosinas, y entonces era cuando los llevaba a las casas abandonadas o baldíos para cometer sus crímenes.

En diciembre de 1912, tras ser detenido e interrogado, confesó cuatro homicidios y numerosas tentativas de asesinatos.

El cuerpo de Arturo Laurora fue descubierto en una casa puesta en alquiler en la calle pavón. Estaba descubierto, golpeado y semidesnudo, con un trozo de cordel atado alrededor del cuello. Si bien las investigaciones no conducen a ningún lado, Santos Godino confesará la autoría del crimen.

El siete de marzo quemó viva a la niña Reyna Bonita Vainikoff, de cinco años. Murió 16 días después en el Hospital de Niños del Doctor Pedro de Elizalde.

En el último crimen, la víctima fue Jesualdo Giordano. Fue golpeado y asesinado por estrangulación pero, además, atravesó su cabeza con un clavo. Luego cubrió el cuerpo con una chapa y se dirigió a la casa de su hermana. Minutos después, el padre del asesinado encontró el cadáver del niño de tres años.

Al fin del mundo:

Pasó diez años entre el Hospicio de las Mercedes (pabellón de alienados delincuentes) y la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras. En las instituciones aprendió a leer y escribir, a sumar y restar.

En 1923, se lo trasladó al Penal de Ushuaia, Tierra del Fuego donde ocupó la celda número 90. Allí se le concedió cadena perpetua por los crímenes e incendios ocasionados. Pasó el resto de su vida en las sombras, sin cartas ni visitantes.

Los médicos del penal, en los que el homicida cumplía su condena, se basaron en los estudios científicos de Lombroso (argumenta que una mente criminal es heredada y puede identificarse por los rasgos físicos) para tratar de descubrir de dónde venía el mal de aquella persona. Creían que en las orejas radicaba su maldad, por lo que le practicaron una cirugía estética para achicárselas.

Este tratamiento no tuvo ningún resultado. Y cuando pidió la libertad bajo fianza, se la negaron. Los informes médicos decían que era “un imbécil o un degenerado hereditario. Tiene un perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean”. La operación fue auspiciada por el gobierno, que envió un equipo médico y un fotógrafo a Ushuaia.

En la cárcel del fin del mundo murió luego de ser golpeado salvajemente por otros presos. Había destripado a dos gatos que oficiaban de mascotas en el penal, y los reclusos no lo perdonaron. Según el certificado de defunción, "El Petiso Orejudo" falleció el 15 de noviembre de 1944 por una hemorragia interna causada por gastritis avanzada.

Murió sin confesar arrepentimientos.




Epígrafes de fotos:

-Cayetano Santos Godino sosteniendo una de sus armas letales.

-Una de las cuatro víctimas confesas: Jesualdo Giordano

-El petiso orejudo en la penitenciaría de Ushuaia

-Presidio de Ushuaia

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